viernes, 7 de enero de 2011

Mi casa.

Necesito esas paredes. Ese suelo, aunque esté asqueroso, es mi suelo. Las butacas, las necesito para hacerme moratones con los reposabrazos. Necesito las bambalinas, que cada día se mueven peor. La estructura a la que me da miedo subirme. El pasillo de técnicos, con sus enchufes por doquier.
Las personas. Necesito a las personas que hay dentro de mi casa. Las que me critican, las que tienen talento, las que no lo tienen, las que me completan, las que me son idiferentes, las que no se saben pintar, las que sí saben, las que me quieren, las que no, las que me animan, las que bailan, las que sueñan como yo. Las que forman parte de ese gran grupo. Las personas que yo necesito.

Se me parte el corazón cada vez que piso ese suelo, sabiendo que no va a ser mío para siempre. Pero mucho peor es no pisarlo. Ya no soy yo si no lo piso. Ya no estoy contenta, ya no animo a los demás, ni si quiera a mi misma. Ya no quiero cantar, ni bailar, ni hacer nada. Ahora no me gusta pasar tiempo sola. Ya no puedo estar sola, ya no sé cómo se hace. Ya no sé ser feliz, ya no me sale. Ahora no sueño, ahora no sonrío de verdad.
Echo de menos las coreografías, las caladoras, el maquillaje. El griterío, la alegría, las versiones políticamente incorrectas, los cambios de vestuario, las comidas en el centro juvenil, la pecera. Los pelos de loca después de un ensayo. Llegar a casa y tener mil anécdotas que sólo me interesa escuchar a mi.
Echo de menos todo eso. Pero, sobretodo, me echo de menos a mi.


''La vida es como una obra de teatro que no permite ensayos. Por eso canta, rie, baila, llora y vive intensamente cada momento de tu vida antes de que el telón baje y la obra termine sin aplausos.''